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Leyendo en texto sobre “Mitos,
errores y realidades”, me he dado cuenta que los factores culturales,
religiosos, económicos, sociales y psicológicos ejercen, evidentemente, una
gran influencia sobre los hábitos alimentarios de las poblaciones, y que, vistos
desde nuestra aparente sociedad evolucionada y culta, ciertas prácticas alimenticias
nos parecen inverosímiles cuando se tratan de “los otros”.
Algunos ejemplos que se citan en
este texto son, por ejemplo, que en la cultura masái, la ingesta de ciertos animales
aporta las virtudes de las víctimas. En Costa de Marfil, a los niños se les
restringe el huevo porque se vuelven díscolos y desobedientes y en Sudáfrica,
las mujeres no deben tomar leche, porque les provoca esterilidad.
Ahora bien, ¿quién de nosotros no
ha comprado alguna vez jalea real, el ginseng, alimentos probióticos o diferentes
clases de miel por sus amplios beneficios para salud, aunque difícilmente demostrables?
Lo sorprendente es que muchas ideas
preconcebidas, persistan todavía y sean defendidas por diferentes grupos, a
pesar de haber sido desmentidas por los conocimientos científicos actuales en
nutrición. Y en este punto me gustaría señalar el peligro de ciertas dietas
milagro que ponen en riesgo la salud, como la dieta Dukan, o la dieta basada
en monoproductos como la alcachofa, piña durante varios días afirmando que son
depurativas.
En nuestra cultura perviven
creencias muy arraigadas que tampoco se sostiene científicamente como, por ejemplo,
que la lechuga produce sueño, evita el infarto y disminuye el colesterol.
Las espinacas dan fuerza, será
porque se asocia a Popeye.
¿Son mejores los huevos morenos
que los blancos?, vaya por una vez los huevos no son racistas.
El pan engorda, pero si se quita la miga
menos. El agua también engorda, pero si la tomas durante las comidas.
No hay que mezclar ciertos
alimentos, pues sus virtudes se pierden cuando van en compañía.
En pleno siglo XXI, la formación
y la información correcta de ciertas prácticas alimenticias, está al alcance de
nuestra mano, por tanto, cualquier creencia, no contrastada científicamente,
denota un retroceso cultural en vez de un avance social.